André León Talley es una leyenda viva de la edición americana de la revista Vogue. Estilista excéntrico y creador de tendencias desaforado, es un desconocido para muchos pero es un icono de la vieja guardia. Aunque a día de hoy Anna Wintour le haga sombra además de la puñeta (le incitó públicamente a perder peso y no le quedó más remedio que acatarlo), el gigante de los guantes, las túnicas, las pajaritas y las gafas de sol, es la inspiración divina de Vogue. Descubierto y protegido por Diana Vreeland, la Wintour de antaño y de la que hablaré otro día, Léon, hijo de taxista y periodista de formación, empezó como reportero en una revista local de mujeres pero enseguida recayó en las manos de la todopoderosa Vreeland, ha trabajado como freelance y ha sido editor de otras célebres revistas como W, en su versión francesa, el New York Times o Interview.
Ahora que la edición italiana de la revista que le vío nacer le dedica un número a las bellezas de color resulta imprescindible hablar de su labor por ser un acérrimo defensor de la mujer negra en pasarelas y reportajes fotográficos, de hecho siempre ha denunciado la discriminación en el mundo de la moda y ha vetado a creadores en las páginas de sus publicaciones por negarse a contratar a modelos de origen afro americano.
André se crió en Carolina del Norte (dónde el 90% de la población era blanca) en la época anterior a los derechos civiles y la revolución de Martín Luther King, y siempre cuenta con resquemor nostálgico que su abuela no dejaba entrar a gente en blanca en casa, excepto al cura. Desde muy pequeño trabajó en una tintorería y ejerció de monaguillo, y era en la Iglesia dónde observaba en silencio a las devotas mujeres que se engalanaban para la ocasión. Le fascinaban esos looks recargados de Domingo en que las señoras se ponían sombrero y mitones para acudir a misa. Lo más parecido a una pasarela que había en su pequeña ciudad natal, Durham. En cuánto tenía un momento libre se escapaba a la biblioteca y leía en secreto Vogue, su fuente de inspiración.
Acomplejado por su físico y su malentendida homosexualidad Talley se trasladó a la costa Este para cumplir su sueño de estudiar arte. Por aquel entonces, los años setenta, despertaba Nueva York y enseguida se integró en el escenario vanguardista en que se estaba convirtiendo la gran manzana de Warhol y Studio 54. De asistente de Vreeland pasa a ser director creativo en 1989 y utiliza su posición privilegiada y sus contactos para catapultar a la fama a diseñadores de color, condenados al ostracismo hasta el momento. Tras abandonar la revista en el 95 vuelve tres años después para escribir una columna, labor que compagina con su inmersión en solitario en el panorama editorial y se convierte en autor de varios best-sellers autobiográficos.
Actualmente sigue recorriendo el mundo en busca de tendencias y es habitual verle en los front rows internacionales rodeado de amigos, como Jennifer Hudson, a la que adora y a la que viste.
Todos aquellos que hayán visto El Diablo viste de Prada le habra identificado ya: el personaje de Nigel está basado en su persona.